02 de gener 2007

Cuaderno One - Page 55

Trabaja para un canal de televisión apretando un botón, durante cuatro horas al día, cada vez que entra o sale publicidad. No me lo creo. Nadie necesita que nadie apunte lo que hace, hace tiempo que se inventaron las fotocopias, la perrita Laica tuvo que pensar más que él. Débora, su novia, cuenta que hace esto y algunas traducciones.

Jessica, su otra novia, me dice que él trabaja haciendo traducciones de libros ingleses sobre todo lo relacionado con los escarabajos a lo largo de la historia y en cualquier ámbito. También hace algo más para televisión. Sigo sin creerme nada, pero la fuente información es doble y coincidente.

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¿Y estas madres solteras, maduras, algunas deportistas, que visten colores vivos y tienen actitudes juveniles que las ayudan a rebajar su edad, que conocen exactamente sus cuerpos con todos sus aciertos y todos sus errores, que tienen días sofisticados, elegantes e independientes, en los que parece que nunca lavan platos ni ponen lavadoras? Son a la vez, tremendamente entrañables o profundamente patéticas, y en ese punto medio en el que la soledad las hizo valorar la soledad, la tristeza, el miedo a la soledad y la independencia, confieso que os amaré incluso después de que me hayáis rechazado. Lo entiendo, huís de quien os admira, huís de vosotras mismas. Os perdono y os amo para siempre.

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Mireia dice que se ve chupando polla, pero no se ve chupando coño. El problema es precisamente ese, que solo se ve chupando y nunca amando. La mecánica no es secundaria, pero tampoco debe ser el problema.

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Cuentan que en Méjico D.F., en donde todo se cuenta por millones, en tu primera cita hay que dejar claro en que zona de la ciudad vives. Si ambos pretendientes viven alejados, dadas las proporciones de la urbe, la relación se desestima. Tardarán más en llegar a las siguientes citas, que lo que durarán las mismas. El romanticismo y la practicidad no van de la mano en Méjico D.F..

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Uno de los mayores inventos de la humanidad ha sido la almohada. Se encarga de nuestra cabeza cuando no estamos y nunca da malos consejos.

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Micheleen Utini era nuestra profesora de francés. Micheleen era igual que el monigote de los neumáticos. Era una mujer mayor, de pequeña estatura, gordita y afable, que masticaba chicle a todas horas y cuyos hinchados pies parecía imposible que cupiesen en sus zapatos.

Nos contó en una ocasión, que sus recuerdos de la entrada de los tanques americanos en la liberación de París, siendo una niña, eran: los tejanos, el chocolate y los chicles. Claramente el chocolate se lo había terminado todo, chicles aún le quedaban y los tejanos se habían quedado en el camino con el aumento de peso.

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No tengo mucho que decir, igual da para una viñeta o dos, y encima no se dibujar.