29 de desembre 2006

Cuaderno One

Me pagaron por escuchar música en directo y beber cerveza sentado en una silla detrás de unas gafas de sol. Los problemas empezaron cuando la música se hizo repetitiva y la cerveza se calentó o quizás cuando vieron que me gustaba, ya no me acuerdo, me echaron y eso fue todo.

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Tener un hombre en casa para abrir los potes de mermelada, llegar a los estantes altos, cargar pesos y conducir. Hasta ahí llegaba. Cuando quise ser algo más que eso, todo terminó.

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Civismo. En un mundo cívico, no son necesarios los alcaldes que hablan de civismo. Los alcaldes tampoco.

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Ligar en los bares es algo parecido a buscar trabajo. Parece establecido que el que pretende ligar, el que busca, el que tiene el papel activo, de iniciativa, nunca tiene la posibilidad de usar el no. No existe la negativa. Tal es la situación de los pretendidos, que ejercen como tales y se reservan el no exclusivamente para ellos. Ellos que supuestamente son los pasivos. Ellos que han ejercido su papel de flores abiertas, pero que negarán siempre haber hecho algo, se reservan la categoría de la toma de decisiones.

En el extremo de estas situaciones están las camareras o camareros. Sometidos a ataques constantes de las olas del mar nocturno, aguantan, incluso envisten para protegerse. Ese terreno en el que se producen propuestas que sólo pueden ser rechazadas, por el ambiente de estas.

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Con la muerte de mi padre me quedé solo. A decir verdad siempre me había sentido solo. Esa soledad rodeada. Rodeada de gentes que te son muy lejanos. Lejanos y ajenos. Indiferentes. Esa indiferencia que genera aislamiento. Aislamiento que lleva a la soledad.

La soledad fue el único nexo de unión entre mi padre y yo. Esa soledad en compañía. Con el tiempo, mi padre aprendió a controlarla. La soledad fruto de la diferencia. Diferencia infinita.

Soledad del explorador en la selva, ajeno a la explosión de vida que le rodea. Vida que no es humana. Vida ajena al explorador.

Soledad de los aeropuertos. Soledad de los espacios en que la gente no se conoce. No debe conocerse. No se hablan.

Aún me acuerdo de mi padre incómodo en esa soledad. Buscando mitigarla. Esas conversaciones absurdas en cenas silenciosas, de noches de invierno, en comedores oscuros. Con el tiempo se acostumbró a los silencios. Al ruido de los cubiertos con el plato. Al ruido del agua vertiéndose en el vaso. A aceptar la enorme distancia. La desconexión. El infinito (insalvable) espacio divisorio. El abismo generacional. La constatación de la comunicación perdida.

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Vamos a dejar de darle al sexo esa trascendencia que no tiene. Ese sexo de medidas, siempre grandes, de cantidades, también siempre grandes y de perversiones, sobretodo de perversiones morbosas. ¿Que es el morbo? ¿Algo que nos atrae, algo que queremos hacer, tener, probar, pero que no nos atrevemos a confesar? ¿Nos da vergüenza? ¿Reparo?... vaya falta de comunicación.

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Blasco estaba permanentemente moreno. Era uno de esos repetidores que se afeitan antes de terminar EGB. Hojeado su álbum, abandonado en una aula, me detuve en una redacción, cuyo tema propuesto era la celebración de la festividad de la Mercè, patrona de la ciudad. En una declaración de chulesca sinceridad, Blasco, decía que la daba igual ese día, la Mercè y todo lo demás y se despedía con la tranquilidad de quien ha cumplido su misión de rellenar una hoja con palabras y frases. Lo mejor de todo ello era sin duda la corrección, unas pocas faltas de ortografía y un comentario final que decía: No te he pedido tu opinión personal, si no una redacción.

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Tengo el recuerdo claro, como si fuera ayer, de la imagen exacta del patio del colegio. Enorme terraza hundida entre bloques de viviendas. Sin duda ahora más pequeña y menos hundida, no se porque, todo tiende a encoger con el paso del tiempo. Recuerdo claramente la imagen del patio repleto el día de carnaval y de un compañero de último curso, vestido de chica y con una barriga enorme que, a mi pregunta de qué iba disfrazado, respondió que de puta embarazada. Palabras para mí ya conocidas, puta y embarazada, que en aquel momento conformaron otro nuevo concepto. Provocación. Provocación de alumno repetidor en escuela familiar laica, pero con base social católica, en la que existía el bien y el mal, lo que se podía, o no, decir o hacer, lo que era correcto o no, y en la que vulnerar todo, consistía en vestirse de puta embarazada el día de la fiesta de carnaval y pasearse por el patio con la tranquilidad de quien es consciente de haber dado exactamente en la diana.

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Lo primero que deberían enseñar en el colegio es a no hacer nada por dinero.

1 comentari:

Anònim ha dit...

Ets un puto geni!