31 de desembre 2006

Cuaderno One - Page 22

No digo lo que siento. En lo que digo está lo que siento. En como lo digo está lo que siento. Vivo según lo que siento. No hablo de ello.

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Soy víctima de mi propio cerebro. Soy como mi cerebro dice.

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Lo importante es lo que los demás creen que eres. Lo que proyectas. Lo que no ves ni mirándote al espejo.

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Mite, meaba entre los coches. Le gustaban los chicos negros. Era borde y con gafas todavía más. Dejó a Gonzalo y él nunca lo superó.

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Para beber levanta el codo como si fuera a hacer un saludo militar. Cada trago un saludo, cada saludo un sorbo. Los cristales de sus gafas exageran sus ojos y aumentan la desviación de los mismos. No sabes donde miran, parece que no lo sabe ni él. Saluda otra vez. Termina la copa. Pide otra y vuelve a saludar.

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Voy a mi librería favorita. Suelo negro, estantes de madera hasta el techo, con escaleras ancladas a ellos, que se desplazan sobre ruedas. Tranquilidad. Silencio. Mucha tranquilidad y silencio. El tiempo se detiene cada vez que atravieso su puerta principal en una de las avenidas más ruidosas de la ciudad.

El tiempo se detiene y es otro, de otro tipo. La que parece ser la dueña, una mujer mayor, tiene una mesa cerca de la puerta trasera que da a un callejón peatonal y no levanta la cabeza para nada. Esta en sus cosas, en su mundo dentro de su mundo. Casi nunca atiende directamente. Siempre, educadamente, se levanta, te acompaña hasta la mesa de otra chica más joven y le pide si puede hacer tal o cual gestión. Se despide y te deja con ella. Esta chica, la más joven, las demás podrían ser sus madres, madres tardías, es la única que dispone de ordenador. Un ordenador antiguo con Windows 98, Explorer 4 y con dieciséis colores. Entramos en internet como se hacía antaño, me vienen a la cabeza recuerdos de hace diez años, consultamos unos títulos. Aunque joven, se maneja torpemente con el ordenador. Toma nota del encargo y me comenta que cuando lo tengan me llamarán por teléfono. Las cosas son allí como hace diez años, como siempre, como antes de que la tecnología nos dictara la velocidad del tiempo.
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De repente los círculos empezaron a cerrarse. Las conversaciones se terminaron. Los discursos llegaron a su fin. Los temas dejaron de estar pendientes. Las ganas de dormir, el miedo, todo parecía cobrar sentido. Sentido que sólo era uno. Sentido de empezar y acabar. Fin que anunciaba el fin. Los círculos se cerraron en cadena como las fichas de dominó. Me iba de la vida. Me iba como lo hizo mi abuela, con la claridad de quién ha cerrado todo y no tiene nada pendiente.

- Me voy, hija me voy - le dijo a mi madre.
Consciente de cerrar el último círculo. Consciente de la muerte inmediata.
- ¿A donde vas a ir? – respondió mi madre.
Allí arriba – contestó, apuntando con su índice hacia arriba.