31 de desembre 2006

Cuaderno One - Page 43

La presión social es como el hambre, no hay nada mejor, que hacer un pulso con ellos.

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Andy debería jugar al poker, pero no tiene ni idea. Toca la guitarra y le encanta, se emociona, pero su cara se mantiene inexpresiva todo el rato. De vez en cuando te mira y sonríe, muestrando su perfecta dentadura, parece expresar alegría o quizás es un “te voy a matar”. Nunca se sabe.

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Siempre admiré esa facilidad de lo perros para pasar de la vigilia al sueño y viceversa. Me había convertido en un perro, pero solo en primera fase. Era capaz de dormir profundamente en cualquier lugar y en cualquier circunstancia.

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De pequeño tuve un comportamiento infame, aterrador. Mis padres, aunque nunca lo reconocerán, seguro que se cagaron en ellos mismos varias veces. Era su problema, no el mío, nunca pedí venir al mundo, fue iniciativa suya y eso les quemaba. Nada quema más que los errores propios. En momentos de desesperación, desearon hijos como yo, para mí.
Quizás por miedo a que salieran como yo o quizás por miedo a que salieran como ellos, nunca tuve hijos. La espera de su venganza fue en vano.

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Fuimos a Venecia y luego a Florencia. Allí sentado, escuchando las explicaciones de mi profesor, rodeado de mis compañeros, algunos de los mayores idiotas que conocí en mi vida, me sentí pequeño, casi insignificante, derrumbado, absolutamente derrumbado y derrotado por todo lo que me rodeaba. Viéndome incapaz de aportar nada a todo aquello, me pareció absurda mi existencia. Unos días después me llevaron a un hospital en donde me diagnosticaron síndrome de Stendal. Ente mi habitación y una sala de grandes ventanales que daban a un bosque de enormes robles, pasé el resto de mis dias en Italia. Los primeros solo y más tarde acompañado de un hombre no muy alto gordo y totalmente calvo que parecía Kurtz.

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El pedigrí se tiene o no se tiene. Los chiguaguas son perros pequeños, pero todos los perros pequeños no son chiguaguas.

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Tenia que confesar algo. Tenía que ser sincero y con el corazón en la mano, confesar mis pecados para poder entrar en el club de los católicos. Era mi primera confesión, podía decir muchas cosas: que no me gustaba que mi madre me hubiera vestido, para la ocasión, igual que a mi hermano o que todo aquello me parecía una farsa. Era pequeño pero no idiota y sabia que la sinceridad no les importaba. Mentí, confesé que mentía y eso fue todo.

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La verdad no basta. Hace falta una memoria deformante.

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Richard Claiderman está libre o quizás de vacaciones. He llamado hoy y ya no estaba, han puesto a Vivaldi, bueno una grabación suya, del las cuatro estaciones. Dura solo unos minutos y se repite como un disco rayado.

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Mi abuela nació en un mundo sin tele, con cine en blanco y negro, sin apenas teléfonos y con educación y modales. Hoy tenemos tele, cine en color, y teléfonos por todas partes, pero de la educación y los modales no se conocen ni las palabras.

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En esos altares que construyen los taxistas en sus coches hoy me toca uno que venera a Robert de Niro. El único problema es que venera a Robert de Niro en Taxi Driver. No se si es un guiño o mi vida corre peligro.

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No tenia mucho, no tenia nada. Mi novia y mis amigos no cuentan. No son mi o mis, son la y los, pertenecen a ellos mismos.

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Escondí siempre la verdad a mis padres. Primero, de pequeño, de forma inconsciente, mas tarde, de mayor, de forma consciente. Nunca me conocieron. En realidad nunca les interesó conocerme. Me limité a darles la información que querían escuchar, como quien da comida a animales amaestrados. Su felicidad era esa, la de los animales amaestrados. La mía fue la del domador, consciente de la atrocidad cometida, que a la vez, es la única posible.